Era una tarde gris, débilmente iluminada por aquellos frágiles rayos de sol que permanecen en los inicios del invierno, sin caer aún las primeras gotas de lluvia, características de la temporada, sólo una brisa fría acariciaba sus rostros, cuando decidieron sentarse, frente a una plaza desierta de juegos infantiles, a conversar junto a una taza de café caliente.
Entre palabras livianas, pronunciadas para llenar espacio, miradas silenciosas que gritaban lo reprimido, risas nerviosas de carcajadas retenidas, aleteos de manos como palomas al viento, el humo del cigarrillo que enceguecía, se produjo el más grande de los ruidos: Un profundo silencio.
Silencio roto por esa voz, tan propia de él, para decir lo que hace mucho guardaba en su corazón. Mirando fijamente esos grandes ojos negros que lo enloquecían, le expresó su amor, su deseo, su necesidad, sus ansias de ella, ofreciendo y prometiendo todo lo que podía dar.
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Entre palabras livianas, pronunciadas para llenar espacio, miradas silenciosas que gritaban lo reprimido, risas nerviosas de carcajadas retenidas, aleteos de manos como palomas al viento, el humo del cigarrillo que enceguecía, se produjo el más grande de los ruidos: Un profundo silencio.
Silencio roto por esa voz, tan propia de él, para decir lo que hace mucho guardaba en su corazón. Mirando fijamente esos grandes ojos negros que lo enloquecían, le expresó su amor, su deseo, su necesidad, sus ansias de ella, ofreciendo y prometiendo todo lo que podía dar.
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